sábado, 17 de octubre de 2020

ORFEO / RICHARD POWERS / ADNOVELAS.*

 

ORFEO

Richard Powers



Del autor de "El clamor de los bosques", Premio Pulitzer 2019 En "Orfeo", el compositor Peter Els abre la puerta de su casa una tarde para hallar a la policía en su umbral. 

Su laboratorio de microbiología casero, su último experimento en su carrera vital por hallar música en patrones sorprendentes, ha levantado las sospechas de Seguridad Nacional. 

Llevado por el pánico a la redada, Els se fuga, ganándose el sobrenombre de "el Bach Bioterrorista", y concibe un plan para transformar esa desastrosa colisión con el Estado de seguridad en una inolvidable obra de arte que redescubrirá a su audiencia los sonidos de su entorno.





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Una obertura pues:

Unas luces resplandecen en una casa de estilo craftsman

de un barrio modesto, a última hora de una tarde primaveral, en el décimo año del mundo modificado. Las sombras bailan contra las cortinas: un hombre trabaja tarde, como todas las noches durante ese invierno, delante de unas estanterías re- pletas de objetos de cristal. Está vestido de calle, con gafas protectoras y guantes hospitalarios de látex, con el cuerpo giacomettiano encorvado como si rezara. Un flequillo beatle gris y todavía espeso le cuelga por delante de los ojos.

Examina un libro sobre la mesa de trabajo abarrotada de instrumentos. En la mano, una pipeta monocanal inclinada como una daga. De un pequeño vial refrigerado extrae una cantidad de líquido incoloro menor de la que tomaría un sír- fido del brote de una monarda. La gota, demasiado pequeña para asegurar que sigue ahí, va a parar a un tubo no más grande que el hocico de un ratón. Las manos enguantadas tiemblan al tirar la pipeta usada a la basura.

Otros líquidos van de los matraces al cóctel en miniatura: cebadores de oligos para comenzar la magia; polimerasas catalizadoras estabilizadas con calor; nucleótidos que se alinean, como reclutas a las cinco de la mañana cuando toca diana, a mil enlaces por minuto. El hombre sigue la receta impresa como un cocinero aficionado.

El brebaje pasa al termociclador para someterse a veinti- cinco ciclos de fluctuaciones, como en una montaña rusa, desde la casi ebullición hasta la tibieza. Durante dos horas, el ADN se funde y se recuece, atrapa nucleótidos libres y se du- plica en bucle. Veinticinco duplicaciones convierten unos po- cos cientos de hebras en un número de copias superior al de personas sobre la faz de la Tierra.

Fuera, los árboles llenos de brotes se someten a los capri- chos de la brisa. Una oleada de chotacabras insurrectos peina el aire en busca de insectos. El ingeniero genético aficionado retira una colonia de bacterias de la incubadora y la coloca bajo la cámara de flujo laminar. Remueve el matraz con el cultivo y reparte las células sueltas en una placa de muestras con veinticuatro pocillos. Coloca la bandeja debajo del mi- croscopio a 400x. A continuación, acerca el ojo a la lente y observa el mundo real.

En la casa de al lado, una familia de cuatro ve el desenlace de Bailando con las estrellas. Una casa más al sur, la secreta- ria ejecutiva de una empresa inmobiliaria semicriminal orga- niza el crucero del próximo otoño a Marruecos. En el otro extremo de la doble extensión de jardines, un analista de mercados y su mujer abogada y embarazada están en la cama jugando al Texas hold’em y etiquetando fotos de una boda virtual con unas tabletas brillantes. La casa de enfrente está oscura; los propietarios se han ido a una vigilia nocturna de curación mediante la fe en Virginia Occidental.

Nadie se fija en el viejo bohemio silencioso de la casa es- tilo craftsman situada en el 806 de South Linden. El hom- bre está jubilado y a la gente le da por hacer de todo cuan- do se jubila. Por visitar los lugares de nacimiento de los generales de la Guerra Civil. Por tocar el bombardino. Por aprender taichí o coleccionar piedras de Petoskey o por to- mar fotos de formaciones rocosas que recuerdan a un rostro humano.

Pero Peter Els solo desea una cosa antes de morir: liberar- se del tiempo y oír el futuro. Nunca ha querido nada más. Y esta noche en que la primavera es de una sutilidad perversa, ese deseo parece tan razonable como cualquier otro.

Hice lo que dijeron que intenté hacer. Soy culpable de todos los cargos.

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